La globalización: sus efectos y bondades
By: JULIÁN RAMIRO MATEUS
Visión y definición de la globalización La
globalización es un fenómeno reciente, que marcará profundamente el futuro
económico del mundo, y que afectará a los países en desarrollo de una manera
decisiva. Muchos autores y pensadores sobre el destino de la civilización, han
venido repitiendo incesantemente que el mundo se está acercando cada vez más,
que las comunicaciones van a tener un gran impacto en los patrones de vida de
los países, que el acceso a la información va a determinar el desarrollo de las
naciones, que el mundo se ha transformado en una aldea global y que el
conocimiento será el mayor recurso de las naciones. La realidad, es que la
globalización económica ya no es una teoría, o un posible camino de la economía
y el mercado, sino un hecho concreto que está cambiando por completo las
estrategias económicas de todas las naciones, redefiniendo las relaciones
internacionales y creando nuevos y poderosos patrones culturales. El propósito
económico que inspiró la globalización es, sin lugar a duda, el de crecimiento
económico de la clase empresarial, pero no hay evidencia de que la cuestión de
desarrollo del ser humano tiene parte importante en el movimiento, ahora
precipitadamente a flote en todas partes del mundo. Como tal, la globalización
puede ser una buena estrategia para la acumulación de riquezas, pero esas
riquezas son ante todo para unos pocos y no integra ninguna política proyectada
para el desarrollo integral de una comunidad o una población. Pero ¿de qué se
está hablando cuando se menciona el término “globalización”? Dice JUAN CARLOS
TEDESCO: “Al estar basada fundamentalmente en la lógica económica y en la
expansión del mercado, la globalización rompe los compromisos locales y las
formas habituales de solidaridad y de cohesión con nuestros semejantes. Las
élites que actúan a nivel global tienden a comportarse sin compromisos con los
destinos de las personas afectadas por las consecuencias de la globalización.
La respuesta a este comportamiento por parte de los que quedan excluidos de la
globalización es el refugio en la identidad local donde la cohesión del grupo
se apoya en el rechazo a los ‘externos’1. Así, la cuestión central del modelo
“globalización” parece ser, si los países latinoamericanos pueden alcanzar un
proceso de desarrollo integral mientras persiguen un proceso de puro
crecimiento, o si tendrán que buscar otro modelo para asegurarse de un progreso
más auténtico. El Fondo Monetario Internacional (FMI) la define como “la
interdependencia económica creciente en el conjunto de los países del mundo,
provocada por el aumento del volumen y de la variedad de las transacciones
transfronterizas de bienes y servicios, 1 TEDESCO, JUAN CARLOS: “Educación y
sociedad del conocimiento y de la información” en Revista Colombiana de la
Educación 06/2000. Fundación Universidad Autónoma de Colombia LA GLOBALIZACIÓN:
SUS EFECTOS Y BONDADES 67 así como de los flujos internacionales de capitales,
al mismo tiempo que por la difusión acelerada y generalizada de la tecnología”.
Dos cuestiones aparecen como clave en esta visión de la globalización: el
concepto de interdependencia —que oculta los procesos de explotación,
dominación y apropiación presentes en la lógica del capital mundial—, y el
quedarse en la forma de manifestación del fenómeno o proceso sin interesarse
por los actores políticos y económicos que lo impulsan, en este caso las
multinacionales, los estados desde los que se impulsan globalmente y los
organismos e instituciones supranacionales, que actúan en el ámbito mundial
como garantes y creadores de consenso para las medidas económicas y políticas
que acompañan a la globalización neoliberal. Según el profesor HÉCTOR LEÓN
MONCAYO, en principio, la globalización podría definirse no sólo como una
extensión de las relaciones sociales a nivel mundial sino como una
intensificación de las mismas que han puesto en contacto de manera directa
todos los puntos del planeta. No se trata pues, de movimientos o vínculos que
“cruzan las fronteras” sino de relaciones de inmediatez, donde lo local es de
por sí realización de aconteceres distantes. II. Globalización: un término
internacionalizado El término globalización comprende un proceso de creciente
internacionalización o mundialización del capital financiero, industrial y
comercial, nuevas relaciones políticas internacionales y la aparición de la
empresa transnacional que a su vez produjo —como respuesta a las constantes
necesidades de reacomodo del sistema capitalista de producción— nuevos procesos
productivos, distributivos y de consumo deslocalizados geográficamente, una
expansión y uso intensivo de la tecnología sin precedentes. De cierta manera el
movimiento es antagonista al comercio internacional. Lo que se exporta hoy en
día no son sólo los productos manufacturados, sino el capital y las ganancias.
Y esta pérdida de ganancias también es una pérdida de capital, lo que más
empobrece a un país es la fuga de sus inversiones al exterior. El país que
recibe la inversión se beneficia de los salarios de los empleados y, en algunos
casos una actividad comercial secundaria; pero las ganancias se reservan por
los dueños, en forma de capital para inversión en otras partes. General Motors
anteriormente fabricaba sus vehículos en Detroit y Oshawa y los vendían en
todas partes del mundo. Hoy tienen sus fábricas en cualquier parte del mundo en
donde han encontrado una mano de obra calificada, dócil y barata.
Anteriormente, los productos nacionales se intercambiaban porque ningún país
tenía todo los recursos o productos que necesitaba o quería. En ello, hay una
lógica inherente que tiene su explicación en la simple necesidad de satisfacer
las necesidades básicas y avanzadas de la población. Hoy, el intercambio de
capital es un proceso económico, político y social que ha sido retomado con
mayor énfasis en los países en desarrollo, como premisa específica para lograr
un crecimiento económico y erradicar la pobreza. Pero este fenómeno en ningún
momento fue concebido como modelo de desarrollo económico, y mucho menos de
desarrollo JULIÁN RAMIRO M.; DAVID W. BRASSET Economía y Desarrollo - Marzo
2002, vol. 1, N° 1 68 social, sino como un marco regulatorio de las relaciones
económicas internacionales entre los países en cuestión. El despliegue mundial
del capital no prescinde del Estado aunque el Estado tiene un papel en ello.
Pero para los partidarios de la globalización, los principales actores o
hacedores de la historia económica, son las transnacionales y su gran capital
con sus estructuras e instituciones supranacionales; los sujetos,
organizaciones, movimientos y pueblos no hacen sino presenciar los
acontecimientos y ocupar el lugar que les fijan las estructuras del mercado y
el capital global; la historia no se construye por ellos, se presencia, se les
impone una ideología según la cual no hay alternativa al neoliberalismo y a la
globalización2. Según la opinión de CALVO sobre el tema, con el transcurso del
tiempo, el programa neoliberal se convirtió en un modelo económico, político y
social cuyo basamento teórico lo componen tres grandes premisas: Primero, la
producción y el crecimiento de los bienes y servicios producidos van
acompañados de un proceso de destrucción de las fuentes de producción de toda
la riqueza. Segundo, concibe al mercado como el centro de la actividad
económica y acepta la existencia de fuerzas autorregulatorias hacia la armonía
de los intereses de todos. Tercero, los desequilibrios económicos son causas de
la intervención en el mercado; por tanto, debe eliminarse la posición suprema
del Estado respecto de éste y hacerlo un garante de la acción irrestricta de
las fuerzas de la oferta y demanda. En conclusión, la globalización es un
fenómeno de carácter internacional, cuya acción consiste principalmente en
lograr una penetración mundial de capital financiero, comercial e industrial,
desarrollándose de forma multipolar. La exportación e importación de productos
se realizan, en muchos casos, entre diferentes ramas de la misma empresa y de
este modo no hay necesidad de compartir muy extensamente sus ganancias. Es
precisamente esa penetración, que conlleva hacia una competencia internacional
de acceso a mercados, la que permite el crecimiento y expansión ilimitada de
las empresas transnacionales por todo el mundo, las mismas que a la vez cuentan
con el respaldo incondicional de sus respectivos estados nacionales. La
limitación de mercados y la necesidad de inventar mejores procesos de
producción, distribución y consumo hacen necesaria una transformación de la
manera como se desarrolla la producción, incluyendo componentes de tecnología y
deslocalización geográfica con el objeto principal de reducir los costos. III.
Efectos de la globalización Varios estudios han concluido que la globalización
ha beneficiado tanto a los países pobres como a los países ricos. Pero tales
estudios tradicionalmente no se interesan en los índices de desarrollo
integral, sino en cifras sobre actividad comercial global e ingresos totales. Y
lo que no se calcula, principalmente en los estudios es el 2 CALVO, JUAN:
Globalización revista Web mensual de economía, Sociedad y Cultura - ISSN 1605-5519.
Fundación Universidad Autónoma de Colombia LA GLOBALIZACIÓN: SUS EFECTOS Y
BONDADES 69 impacto provocado por el cambio de los agentes de control del
comercio de la esfera local a la internacional, donde los que toman las
decisiones no son políticos responsables a los electorados. Son más bien los
que administran las bancas de capital, naturalmente con su interés principal en
realizar ganancias sobre sus amplias inversiones. Es decir, no son
representativos del pueblo y tampoco no son responsables al pueblo, ni son
fácilmente asequibles por el público; supone sólo que siempre se encontrarán
lejos de la vista del público, refugiados en las pequeñas salas de juntas de
las distintas capitales del mundo empresarial. Por el carácter poderoso que
posee el capital entre un mundo sumamente materialista, imprevisor y ciego a
los valores humanos y espirituales, un capitalismo cada vez más prepotente por
la caída del comunismo y la obsequiosidad de los líderes políticos, la gente de
todas las clases sociales y en todas partes del mundo se ve resignada y
conforme con las intenciones de los que manejan estos grandes capitales. Como
tal, los intereses de las poblaciones regionales y locales, se ven más y más
desplazados fuera de las comunidades local y nacional hacia el exterior del
país, alejándose cada vez más del alcance de la pobre e impotente población
local. El sociólogo MANUEL CASTELLS, en su análisis sobre la era de la
información, ofrece un panorama de la economía, la sociedad y la cultura
contemporáneas como resultado de la pérdida de la legitimación nacional. De
acuerdo a su análisis, el estado-nación, para sobrevivir a su crisis de
legitimidad, cede poder y recursos a los gobiernos locales y regionales y
pierde capacidad para igualar los intereses diferentes y representar el
“interés general”. Según CASTELLS, “...lo que comenzó como un proceso de
relegitimación del estado, mediante el paso del poder nacional al local, puede
acabar profundizando la crisis de legitimación del estado nación y la
tribalización de la sociedad en comunidades construidas en torno a identidades
primarias”3. Con la presencia de estos grandes sistemas globales, es natural
que haya una cierta pérdida de autonomía local. Como manifestación del despojo
de poder político de los países pobres, se nota la tendencia de funcionarios y
políticos a sucumbir ante la tentación de dar concesiones e incentivos a los
inversionistas en cambio de ciertas gratificaciones, tanto en los países
industrializados como en los en vías de desarrollo. La creación de condiciones
favorables para la inversión, la compra de valores y la extracción de
ganancias, sobre todo de las empresas públicas que, por su poca rentabilidad,
padezcan de escasez de capital, dejan los políticos susceptibles a sobornos y
grandotas maniobras de corrupción, muy difíciles de detectar. Y los posibles
beneficios financieros y políticos también son grandes porque las cantidades de
las inversiones en juego son generalmente enormes. 3 Castells, Manuel: “The
information age: economy, society and culture” Journal of Sociology,Nov 1999
v35 i3 pág. 375 JULIÁN RAMIRO M.; DAVID W. BRASSET Economía y Desarrollo -
Marzo 2002, vol. 1, N° 1 70 FEDERICO GARCÍA MORALES hace alusión a este tema,
así: “El neoliberalismo, esa tremenda entrada del sistema transnacional en
América Latina —y en otros continentes—, aprovechó en su primera época la
plenitud y los remanentes de sistemas políticos autoritarios. Se instala,
indudablemente no mediante la fuerza del mercado, sino bajo el amparo del
estado, de gobiernos fundamentalmente centralistas y corruptos. Y así
transcurre esta “modernización” con apoyo del régimen peronista en Argentina,
de las democracias fingidas, liberales o conservadoras en Colombia, o con la
instalación fujimorista en Perú, con el eterno PINOCHET y sus sucesores en
Chile, con el consolidado apoyo de los gobiernos priístas en México, con las
facilidades que el estado despótico ofrecía en Egipto, en Pakistán, en
África...”4. En la perspectiva tradicional, el desarrollo se consigue
básicamente mediante la infusión de capital en una comunidad y la generación de
oportunidades y de actividad económica y comercial entre la población.
Tradicionalmente, no importaba tanto la clase, como el volumen de actividad.
Tampoco importaba qué producía una sociedad; sólo que produzca algo y que se
fije una etiqueta de precio en lo que se produce. Tradicionalmente, esto
constituía la medida de progreso y de desarrollo de un país. Según este modo,
el grado de desarrollo se mide de acuerdo con indicadores de actividad económica
que no tienen necesariamente que ver con el beneficio que brinda al ser humano
o con las señales de bienestar humano; el valor que uno asigne a las
actividades económicas es más bien una cuestión de preceptos morales y existe
una jerarquía de valores que tradicionalmente se quedan muy afuera de cualquier
intento de evaluar el desarrollo en los países. Entre las consecuencias de la
globalización es la vulnerabilidad del sistema agrícola a la adquisición y
dominio por intereses ajenos a las comunidades campestres. La adquisición de
esta industria efectivamente pone en riesgo el sustento de muchos campesinos y
la diversidad de sus culturas en materia de comidas y las economías
alimenticias locales. Según la conferencista india, VANDANA SHIVA quien se ha preocupado
por este tema: “Las patentes y los derechos de propiedad intelectual deben ser
otorgados por los nuevos inventos. Pero las patentes se han reclamado por
variedades de arroz tales como el basmati por el que mi valle, en donde nací es
famoso, por sus pesticidas derivados del neem que habían estado usando nuestras
madres y abuelas”5. Y continua la señora. SHIVA: “La riqueza del pobre es
apropiada violentamente mediante métodos nuevos e inteligentes como las
patentes sobre la biodiversidad y el conocimiento indígena. Rice Tec, una
compañía con sede en los Estados Unidos de América, fue agraciada con la
patente número 5,663,484 por el basmati y sus granos. El basmati, el neem, la
pimienta, la calabaza amarga, el turmeric, todo aspecto de la innovación encarnada
4 GARCÍA MORALES, FEDERICO: América Latina: las transiciones infinitas. 5
VANDANA SHIVA: “Globalización y pobreza” en Globalización. Fundación
Universidad Autónoma de Colombia LA GLOBALIZACIÓN: SUS EFECTOS Y BONDADES 71 en
nuestras comidas indígenas y sistemas medicinales ha sido ahora pirateado y
patentado. El conocimiento de los pobres ha sido convertido en la propiedad de
las corporaciones globales, creándose una situación en donde los pobres tendrán
que pagar por las semillas y las medicinas que han hecho evolucionar y que han
usado para satisfacer sus necesidades de nutrición y salud. Una monocultura
global se impone a la gente definiendo todo lo que es fresco, local o hecho a
mano como un riesgo para la salud. —Afirma la señora SHIVA— las manos humanas
han sido definidas como el peor contaminante, y el trabajo de las manos humanas
ha sido puesto fuera de la ley, remplazado por máquinas y químicos comprados a
las corporaciones globales. No hay recetas para alimentar al mundo, salvo robar
los medios de vida de los pobres para crear mercados para los poderosos”6. Hace
menos de dos años, la empresa canadiense President’s Choice empezó a abrir un
mercado de alimentos especializados de aquel país, en Colombia. Hoy en día,
estos productos alimenticios tienen una importante porción del mercado
especializado en Colombia ostentando precios económicos y buenos productos.
Esto ocurre en una coyuntura particularmente difícil para el campesino
colombiano que se encuentra acometido por las fuerzas de la subversión que
invaden sus parcelas y ponen sus “vacunas” de extorsión, por las importación de
comidas de los países vecinos y de los industrializados, la competencia por
parte de los grandes terratenientes y la caída de todos los mercados nacionales
por causa de la recesión. IV. Actitud de América latina A pesar de todo, los
países de América Latina siguen buscando alinearse con los grandes bloques
comerciales como estrategia preferida para salir de la pobreza. Parece que
ahora no hay mucho interés en asociarse con países vecinos o con otros países
pobres, con la posible excepción del MERCOSUR, sino con países adinerados. En
el caso colombiano, los políticos encargados de fomentar las exportaciones han
tenido su mirada principalmente en el NAFTA. La razón que se expresa no es que
crean que se abrirán los mercados a los productos colombianos, sino que de este
modo, el campo colombiano estará abierto a la inversión de capital por parte de
las empresas multinacionales y, a lo mejor, estas nuevas empresas se organizarán
para crear nuevas exportaciones. La conclusión que se impone es que las
multinacionales aumentarán la magnitud y volumen total del comercio en el país
y eso importa más que lo que se produce. Un estudio de la situación mexicana
demuestra que las cifras globales no siempre sostienen la tesis de gran
crecimiento y mejores condiciones para la gente de este país como resultado del
acuerdo NAFTA. Y los informes anecdotales indican que el índice de desarrollo
humano no se ha mejorado con su inclusión en el NAFTA. Bajo el modelo económico
de la revolución mexicana —basado en la regulación del comercio exterior así
como en un papel activo del Estado en el desarrollo económico 6 Ibídem. JULIÁN
RAMIRO M.; DAVID W. BRASSET Economía y Desarrollo - Marzo 2002, vol. 1, N° 1 72
y en la promoción del bienestar social— el producto interno bruto por habitante
creció 340,4% entre 1935 y 1982, con una tasa promedio de 3,1% anual; la
inversión fija bruta per cápita se expandió 1,022.1% entre 1941 y 1982, con una
tasa promedio de 5,8% anual; y el poder adquisitivo de los salarios mínimos se
incrementó 96,9%. Desde el modelo neoliberal —basado en la apertura comercial
unilateral y abrupta y en la reducción de la participación del Estado en el
desarrollo económico— el PIB per cápita apenas creció 0,32% entre 1983 y 1999,
es decir, a una tasa promedio de sólo 0,02% anual; la inversión fija bruta per
cápita se redujo 4%, al decrecer a una tasa promedio de 0,24% anual; y los
salarios mínimos perdieron 70,2% de su poder adquisitivo, es decir, se
redujeron a menos de la tercera parte de los vigentes en 1982. Durante los
primeros cinco años de la administración anterior, que ofreció bienestar para
la familia y se vanaglorió de una gestión macroeconómica impecable, los
resultados reales fueron: reducción de 30,1% en el poder adquisitivo de los
salarios; crecimiento anual de sólo 0,6% en el PIB per cápita (contra 3,1%
anual durante los gobiernos preneoliberales); e incremento anual de sólo 1% en
la inversión fija bruta per cápita (contra 5,8% de crecimiento anual logrado
durante el vilipendiado modelo keynesiano-cepalino o de la revolución
mexicana). Desde luego, los costos sociales del modelo neoliberal son
gigantescos: la pérdida acumulada por los trabajadores asalariados a lo largo
de 17 años de experimentación neoliberal alcanza la descomunal cifra de
298,448.4 millones de dólares7, sin contar la enorme deuda social contraída en
agravio de los campesinos, pequeños industriales y masas de marginados. Según
cifras de la CEPAL, más de 18.7 millones de mexicanos fueron arrojados a la
pobreza y la indigencia, tan sólo entre 1984 y 1996. Entre los damnificados por
el modelo neoliberal se encuentran las generaciones de nuevos votantes, que
crecieron durante las dos décadas perdidas para el desarrollo y han visto
cerrado el acceso a una ocupación digna8. Aunque la globalización tiene su
origen en tiempos pasados, la gran ola hacia la centralización de capital, la
dispersión de inversiones tras fronteras nacionales y la extracción de
ganancias, ha venido acelerando en los últimos años precisamente a un momento
cuando la Internet y el correo electrónico se están generalizando entre la
gente de un solo y pequeño planeta. Estos dos sucesos, que están ocurriendo más
o menos simultáneamente, ofrecen, según parecer, la posibilidad de ejecutar un
gran impacto en la economía, las costumbres y la vida en general en todos los
países y todas las regiones del mundo. ¿Cuál sería la naturaleza de este
impacto en la América Latina? 7 El Universal, diario independiente de México
30/VI/2000. 8 Ibídem, 30/VI/2000. Fundación Universidad Autónoma de Colombia LA
GLOBALIZACIÓN: SUS EFECTOS Y BONDADES 73 V. Pérdida de identidad y de valores
No hay precedentes muy exactos para indicar lo que se puede esperar en estos
países a consecuencia de las grandes olas mundiales. Sin embargo, la historia
moderna tiene un antecedente algo parecido en el área de la cultura popular y
empresarial. La hegemonía norteamericana en las industrias cinematográfica,
comunicaciones, ciencias y tecnología y el comercio, tal vez presten un ejemplo
aleccionador. En ese caso, muchas de las poblaciones del mundo han querido
asimilar para sí el American Way en sus costumbres y modo de vida, adaptándose
a los “americanismos” en muchos de sus aspectos. Las sociedades
latinoamericanas han cedido también a este ascendiente arrollador
norteamericano. Es decir, se han adaptado, hasta cierto punto, a la cultura
empresarial e institucional preponderante de los Estados Unidos, a algunos de
sus preceptos fundamentales en la educación —muchos de los textos que se usan
al nivel superior son textos norteamericanos, algunos traducidos, otros no—, a
los valores sociales y culturales sobre la familia, a los pasatiempos
preferidos, a las actividades de diversión y a muchos de los valores y
creencias seculares, ahora muy generalizados entre las poblaciones latinas.
Pero es tal vez lamentable que existen notables lagunas en la adopción de esa
cultura empresarial. En la administración de empresas en América Latina y sobre
todo en la administración pública, no hay la misma precisión o efectividad en
la atención al público. Por ejemplo, en muchas empresas no saben contestar al
teléfono con exactitud, no dan información precisa y correcta y, en suma, no
atienden al público con la misma puntualidad que se espera en otros países. En
el caso de la dispersión de la cultura norteamericana que anduvo chocando a una
gran parte del mundo a través de los últimos tres o cuatro décadas, ésta ha
producido un impacto algo desolador en los pueblos que, en algunos casos, se
ven casi despojados de sus culturas y valores tradicionales e insatisfechos por
no haber empapado a fondo la nueva cultura mundial. En el Salvador en la década
del noventa, se decía que la gente se consideraba los pobres parientes de los
norteamericanos; allí usaban palabras y modismos ingleses sin saber lo que
decían y obraban más o menos de acuerdo con las reglas impuestas por la cultura
empresarial pero no sabían exactamente porqué. Pero vale la pena anotar, de
manera aparte, que ha habido un cierto decaimiento en la cultura norteamericana
también. Parece que lo que pasó es que la sociedad norteamericana se
concentraba a través de los 250 años de su independencia, en la provisión de
las condiciones básicas de justicia, democracia y prosperidad para que su
población tuviera todos los medios necesarios para alcanzar un nivel de
desarrollo básico. Y esto ha ocurrido; la sociedad norteamericana ha logrado
mucho en cuanto a las oportunidades al alcance de la población, con el
resultado de que el pueblo norteamericano ha contribuido al progreso de la
humanidad en las artes, las ciencias y la tecnología y, sobre todo, en lo que
se puede llamar la filosofía pragmática de la vida o savior faire americain.
Pero, posiblemente como consecuencia de su precipitada extensión a través de
las fronteras del mundo y la inundación del territorio norteamericano de gentes
con antecedentes y culturas muy distintas, JULIÁN RAMIRO M.; DAVID W. BRASSET
Economía y Desarrollo - Marzo 2002, vol. 1, N° 1 74 hubo un cierto decaimiento
cultural que se nota actualmente en varios aspectos de la vida nacional, en la
lengua, por ejemplo, ahora más mal hablada por parte de muchos con la pérdida
de un vocabulario adecuado para expresar ideas complejas, en un sistema de educación
de primaria, secundaria y superior que deja mucho que desear, en la pérdida de
los valores democráticos fundadores del país que se nota en la falta de
participación popular, en el consumo de drogas, en el decaimiento de
actividades de ayuda propia y en la degradación y vulgarización completa de
muchos aspectos de la cultura popular y comportamiento público en ese país. La
pregunta que se impone a raíz de esta observación, que es pertinente, es ¿por
qué esto ocurre en una sociedad que ha hecho tanto para satisfacer las
necesidades básicas de su población? Tal vez la responsabilidad de la sociedad
para proporcionar las condiciones para el desarrollo humano, tiene sus límites.
Claro, en el concepto católico, el individuo tiene que hacer su parte; la sociedad
debe proveer las condiciones básicas, es decir, las condiciones de justicia y
oportunidad, pero le incumbe al individuo, la familia y su contexto social
inmediato hacer el resto. Es decir, el ser humano efectivamente tiene un libre
albedrío que le permite actuar de acuerdo con, o en contra de, los propósitos
de Dios. La sociedad debe proporcionar las libertades y condiciones básicas y
el individuo tiene que cumplir con su parte. En el concepto de la Iglesia, la
persona debe trabajar por su pan de cada día. El Estado, en la línea central
del pensamiento católico mantiene que los padres, y no el Estado, deben
asegurar los medios adecuados de su familia; en este pensamiento los organismos
de caridad tienen una responsabilidad de intervenir cuando el mecanismo regular
de la familia se encuentra incapaz de funcionar adecuadamente, como es
frecuentemente el caso en los países en vías de desarrollo. El camino hacia la
salvación es largo, arduo y algo solitario, enseña la Iglesia; uno tiene que
luchar y bregar por su salvación todos los días de su vida. Lo que suministra
el estado de bienestar es importante, aun esencial como base de una vida digna
y decente; pero el desarrollo espiritual es responsabilidad personal y cosa muy
distinta. Tal vez los países que han conservado algo de sus valores e identidad
propia frente a la mencionada ola de cultura foránea y que “resisten” más
efectivamente al impacto turbador de la globalización y el capitalismo
intrépido en el mundo, son los países con mayores niveles de desarrollo propio
y con culturas más fuertes. Igualmente, los países con culturas menos
desarrolladas y con menores niveles de desarrollo personal entre las
poblaciones, es decir, con índices de desarrollo menos altos, son los que
quedan más susceptibles a estas influencias tan desconcertantes. VI. Impacto de
la globalización La cuestión más importante entonces parece ser: ¿cuál será el
impacto de la globalización en la vida económica, política, social, cultural de
los países latinoamericanos y cuál será el impacto sobre los valores y
creencias de estas poblaciones? La respuesta a estas preguntas no se sabe con
certeza, pero una consideración filosófica sobre el tema puede ser útil. Es
probable que las sociedades menos desarrolladas serán las menos preparadas para
enfrentar todos los cambios Fundación Universidad Autónoma de Colombia LA
GLOBALIZACIÓN: SUS EFECTOS Y BONDADES 75 bruscos e imprevisibles que promete la
globalización con seguridad. Si un país no disfruta de un sistema democrático
sólido, bien definido y apoyado por la población, es probable que sea más
vulnerable a las influencias del exterior que los con sistemas democráticos más
fuertes y estables. Lo mismo para la economía. Un país que no tiene una
economía generalmente fuerte, equilibrada y estable, se encontrará
probablemente muy vulnerable a la imposición de expectativas de la comunidad
internacional. Igualmente, es probable que un país que no tiene un sistema de
educación y de investigación útil y práctico, un adecuado servicio médico y
seguridad social, todo designado para satisfacer las necesidades de la
población, será más vulnerable a la imposición de normas extranjeras que una
sociedad desarrollada y estable en estos aspectos fundamentales. La razón por
eso es que el desarrollo y la estabilidad tienen que ver con un progreso y
maduración interna de una comunidad. El desarrollo no se puede imponer desde el
exterior. Los cambios sí se pueden pero el legítimo desarrollo no. El progreso
intelectual o profesional de una persona tampoco se puede imponer del exterior.
Los libros, la formación, las clases, las conferencias pueden prestar ideas y
pistas para el desarrollo intelectual, pero no pueden hacer crecer la capacidad
intelectual ni por sí mismos, la habilidad profesional de una persona. Lo mismo
es cierto por lo que se refiere al individuo. En ningún caso el desarrollo de
una persona se puede imponer desde el exterior; el desarrollo es un proceso que
ocurre por dentro y se logra con base en la experiencia, los ensayos y
fracasos, la imaginación de la persona. Y una persona con facultades y
capacidades bien desarrolladas, resiste mejor a las influencias malas y
destructivas que una persona bien desarrollada en todos los sentidos.
Igualmente, si una comunidad no ha progresado económica, social y políticamente
mediante un proceso de crecimiento y transformación gradual, y si no ha
definido e internalizado sus valores y creencias fundamentales dentro de un
proceso de estudio, debate y discusión serio, la colocación de industrias
multinacionales en su territorio no va a contribuir nada al verdadero
desarrollo de esta comunidad. Va más bien a permanecer primitiva, débil,
subdesarrollada y propensa a toda clase de cambio desestabilizador del
exterior. La anterior discusión tiende a corroborar el pensamiento de la
Iglesia sobre la importancia de una política de desarrollo ordenado dentro de
las sociedades. Así pues, la conclusión que se impone con toda claridad a
partir de estas consideraciones, es que las sociedades latinoamericanas tienen
una obligación para asegurarse de su propio desarrollo integral, empezando
desde los principios en muchos casos y mediante un proceso de construcción
metódico, ordenado e integral que toque sobre todas las etapas del desarrollo
humano, desde las más básicas hasta las más elevadas. Consideremos algunos
componentes de tal plan para la construcción de una sociedad integral: JULIÁN
RAMIRO M.; DAVID W. BRASSET Economía y Desarrollo - Marzo 2002, vol. 1, N° 1 76
El proceso de desarrollo, como el del perfeccionamiento personal, es una
actividad continua que comparte el ser humano con las instituciones religiosas
y públicas que integran la vida moderna. Por supuesto, el desarrollo no
empieza, ni termina, con el fenómeno de la globalización que está afectando a
los pueblos del mundo. En el contexto nacional, cualquier actividad de
desarrollo debe ser dirigida al objetivo de la elaboración de una sociedad
plena, justa e integralmente perfeccionada, el ser humano siendo el punto focal
de todas las estrategias pertinentes. Además, con base en la experiencia y en
consideración de lo que se sabe acerca de la conformación del estado
democrático, se propone que cualquier ciudadano tenga el derecho de contribuir
a la realización de un plan de desarrollo y que el proceso de elaboración del
plan sea altamente abierto, participativo y democrático. Como se anotó
anteriormente, la historia del progreso humano nos recuerda repetidamente que
todos los grandes pasos en adelante en la condición humana fueron iniciados por
personas fuera del sistema formal y por gente, por lo general, sin cargo o
poder convencional y JESÚS es el ejemplo supremo de este modelo de progreso y
la inspiración de todos los que quisieran participar en el bondadoso acto de
creación de Dios. En la época de la guerra fría, algunos visionarios,
idealistas y filósofos de la modernidad empezaron a hacer llamados por una
nueva, benigna y unificada conciencia planetaria que ellos consideraban el
fundamento de una nueva cultura global basada en la paz, la justicia universal
y en la conservación del medio ambiente que se consideraba patrimonio de todos
los habitantes del planeta. Estos filósofos compartían ciertos valores básicos
sobre las necesidades sociales para sostener una vida digna y decente en todos
los rincones del planeta. Entre sus valores básicos eran la paz, la solidaridad
entre las naciones y la justicia para los más débiles e indefensos (individuos,
pueblos y naciones) del mundo. A esta relación de deseos, añadieron la
importancia del respeto por las diferencias culturales que distinguen los
pueblos del mundo mediante las cuales todos intentan afirmarse dentro de una
unificante cultura de paz, convivencia y prosperidad sostenible. En la opinión
de estos visionarios, es más fácil y más factible construir una nueva sociedad
desde sus raíces que de traer algún modelo de los textos eruditos para
imponerlo sobre el existente. La evolución del pensamiento social predominante
en América Latina mantenía que el progreso de uno no es posible sin la
explotación del otro y el enriquecimiento de uno siempre se consigue por el
robo del otro o por el robo de todos en forma de los comunes actos de
corrupción. Esta mentalidad tradicional fue un contra corriente a la difusión
de confianza entre la ciudadanía y la diseminación de capital social, un elemento
imprescindible en el progreso nacional.

GLOBALIZACION
By: Manuel Cereijo
Por primera vez en
la historia de la humanidad, nos encontramos en una situación donde cualquier
producto puede hacerse donde quiera y venderse en todo lugar. Esto significa,
en una economía capitalista, que cada componente, cada actividad, se hace donde
resulte más eficiente y conveniente, y se vende donde el mercado y ganancia se
obtenga. Hoy en día, los factores de producción-recursos naturales, capital,
tecnología, y mano de obra-así como los productos y servicios se
mueven alrededor del mundo, y la tecnología se emplea donde produce más dinero.
El salto de
una economía nacional a una economía mundial es, muchas veces, un
salto muy grande. De ahí, los acuerdos regionales de libre mercado que existen
en el mundo de hoy. El conflicto central en esta economía global es la lucha
entre las fuerzas paralizantes, estáticas, y las fuerzas empresariales que
tratan de integrar el comercio mundial. Estas fuerzas empresariales han juntado
una expansión explosiva de inversiones internacionales, que dejan atrás todo
tipo de economía nacionalista.
La creencia de que
la buena fortuna de otros ese eventualmente la buena fortuna de uno
mismo no viene ni fácil ni invariablemente al corazón humano. Es, sin
embargo, una regla dorada, y la cual debemos tener siempre presente. Es la
llave para alcanzar la paz y la prosperidad, una fuente de los resultados del
progreso. Es la anti envidia. Esta regla dorada encuentra
su base científica en la mutualidad de ganancias mediante el
intercambio comercial, en la demanda generada por los motores del
abastecimiento, en la expandida oportunidad creada por el crecimiento.
La riqueza
nacional, y es muy importante que entendamos esto, no es un juego de suma cero,
es decir, que al unos tener mas, otros tendrán que tener menos. No, la riqueza
nacional puede y debe aumentarse, dándoles a todos la oportunidad de prosperar.
La riqueza no crea la pobreza de un país. No solo la riqueza no trae la pobreza general de
un país, sino que una causa importante de que un país no prospere
económicamente es que exista entre el pueblo de ese país el concepto de que la
riqueza trae la pobreza. A este concepto erróneo se le añade el odio al rico,
el deseo de expropiar, desnacionalizar, el concepto de que la propiedad es
producto del robo. Un país no puede prescindir de la iniciativa propia, de la
responsabilidad individual. El hombre y la sociedad para quienes nada es sacro
van cayendo moralmente.
Una economía
global o globalización, significa que los factores de producción-recurso
natural, capital, tecnología fuerzan laboral- así como los bienes y servicios
se mueven alrededor del mundo. Significa la aceleración e intensificación de la
interactividad económica entre las personas, compañías, y gobiernos de
distintas naciones.
Hay dos fuerzas
principales que han impulsadora globalización. Desde las
dos ultimas décadas, los gobiernos han reducido enormemente
los aranceles comerciales, asi como las corporaciones han firmado acuerdo
con corporaciones extranjeras, formando una estructura industrial
internacional. El otro factor es la tecnología. Los avances en las
telecomunicaciones, las computadoras, y el desarrollo de
la Internet han transformado completamente las oportunidades de producción, servicios,
comercio.
Un fenomemo
característico de la globalizaciones lo que se conoce como el factor de
igualdad de precios. Es decir, los precios y valores de mercancías, de
alquileres, de sueldos, de intereses, etc tienden a igualarse. Por ejemplo, los
salarios de la fuerza laboral tienden a subir en aquellos países donde son
bajos. Esto beneficia enormemente a los países subdesarrollados.
Un efecto de la
globalización ha sido el crecimiento enorme del comercio internacional, de
$320 billones en 1950a $7 trillones en el 2001. Como resultado de esto, los
consumidores tienen a su alcance una selección mayor de productos. La
globalización hecho posible también un aumento en el ingreso, ha creado más
empleos, y ha aumentado el poder adquisitivo de los obreros
La globalización
obviamente esta reduciendo cierta soberanía nacional de los países.
El mundo en cuanto a la globalización esta en un estado de semi-equilibrio, es
decir, en un estado de flujo economico dinamico y de adaptación politica.
Estamos enun periodo donde lo que impera es lo que se conoce como el
desarrollode "industrias basadas en el talento humano". La
globalizacion beneficia a este tipo de desarrollo economico.
El capitalismo y
la democracia viven actualmente en una etapa historica de la humanidad donde no
tienen competencia politica, aunque todavia existen tiranos dictadores, y terroristas,
estos carecen de ideologia, no tienen promesas, no ofrecen futuro.
Las comunicaciones
y transporte moderno permiten que el proceso de produccion que
requiere una mano de obra especializada se realice en paises
desarrollados, donde existe en abundancia, y aquellas partes que requieren una
mano de obra no especializada, en paises del tercer mundo. Es por eso que un
pais alcanzara un mayor desarrollo economico si puede presentar un buen balance
entre ambas fuerzas laborales.
En realidad muy
pocas personas quieren parar la globalizacion y todavia muchos menos
piensan que esto pudiera lograrse. Pero muchas personas si quieren que sus
gobiernos, e inclusive que aun en sus esfuerzos para ello, hagan lo posible
para que sus respectivos pueblos puedan participar mas y mayormente de los beneficios
de la globalizacion. El hombre solo puede trabajar bien si tiene bienes de
consumo a su disposición, y estos solo puede obtenerlos si trabaja, y si el
capital crea las oportunidades de trabajo.
Cada persona, en
todo pais, sera libre decrear, establecer, la industria, comercio, servicio,
que estime conveniente para su desarrollo personal, social, económico. Y
la globalizacion es un factor muy importante para que esto sea asi.
EL HECHO LITERARIO ECUATORIANO
Es
la nuestra una literatura que adolece de un alumbramiento casi repentino. No
viene de lejos, no fue elaborada en el inmenso hacer de una larga historia, no
trae las entrañas pesadas de siglos ni trabajadas las formas. Cuando este lado
del mundo fue descubierto, el estatismo de una cultura en reposo, frente al
ascenso de la Europa, asegurada en la organización del pensamiento científico,
dejó trunco al hombre conquistado, que es todavía nuestro ser poblador. Su
única circunstancia exterior fue la presencia de su miseria física. Un
personaje menesteroso, bestia de castigar para los ojos extranjeros, con su
historia decapitada, con sus mitos en confusión, atribuido de culpa ajena no
lavada por el sacrificio del hijo de otro dios sin presencia en los escondrijos
de su alma, no se entregaría para el adorno de la belleza ni para el
desentrañar de su destino en las formas superiores de la vida. Por el
contrario, se ocultó, cerró sus energías psíquicas y en la mañosería del
silencio tuvo la única defensa de su dolor. Las neblinosas formas de las
narraciones primitivas, el aliento poético de las tradiciones, la alegoría de
los mitos, todo 33 * Tomado de la Revista de la Casa de la Cultura Ecuatoriana,
Quito, III, n. 6, correspondiente a enero-julio de 1948. Al mismo tiempo,
Pareja publicó este ensayo en una «plaquette» con el sello de la CCE. Alfredo
Pareja había regresado al Ecuador a inicios de 1948 luego de una larga estadía
en México –casi cuatro años de voluntario exilio, vida laboral y de escritor– y
de viajes en representación diplomática por Perú, Centroamérica, Argentina,
Uruguay y Paraguay. Vale recordar que en México, en 1944, aparece la primera
edición de La Hoguera Bárbara. Vida de Eloy Alfaro. Y en esos años termina de
escribir Vida y Leyenda de Miguel de Santiago, que se publicará en 1952. se
derrumbó en una especie de sueño baldado, mientras que la cultura europea ni
crecía ni se integraba en una geografía de sorpresas, en la que el sustantivo
quedaba corto para nombrar y el adjetivo exaltado del peninsular empezó a
multiplicarse sin concierto. Solo a ratos, el fabular de la leyenda buscó
identidades con la tierra. En realidad, no hubo comunicación posible entre la
corriente de la tierra, de la historia nativa, pugnando en el subsuelo de los
sentimientos, y el extranjero edificio allí colocado, con todo su aparato
religioso y burocrático. La minoría dominante, en presencia de una naturaleza,
humana y física, desconocida, sin mezclar la sangre más que a hurtadillas, ni
creaba una cultura de fusión ni alcanzaba a conservar intactas las formas de la
que trajo. La literatura, así, tuvo lengua sin correspondencia con la cohibida
realidad de un clima humano, que, empero del rechazo, soterradamente buscaba
maneras de compensación, a las veces en la gregaria rebelión de sangre, en
otras, en la milagrería barroca de sus facultades artísticas. Trescientos años
de Colonia no crearon instrumentos de entendimiento. Una continuación literaria
de Europa, a tamaña distancia, sin franco acceso de libros, y con la presión telúrica
de un inmenso espacio geográfico, que transformaba lenta, pero seguramente, las
intimidades del ser poblador, no era posible más que en las maneras estancadas,
en el artificio formal sin ataduras con la tierra. Cuando se produjo la
Independencia, la forma se adueñó del acontecimiento así en política como en
literatura, la revolución se disfrazó de marqueses blancos y los poetas, de
música verbal, con regla y manera que no se atrevieron con las fuerzas del
destino, allí donde el dolor y la constatación de la verdad se transfiguraban
en el aniquilamiento por huida. Algunas veces, la genialidad hizo milagros,
pero desprovistos de esencialidad humana. El caso de Montalvo ilustra nuestro
fenómeno literario. Y el de Olmedo, es el esfuerzo increíble de medir hechos de
barro nativo con reglas de metal ajeno. Si en Montalvo las for- 34 mas clásicas
no funcionan adventiciamente, sino que se respaldan en una copiosa agilidad de
ideas, solo hay correspondencia con la realidad circundante cuando hace de
polemista, vale decir, cuando combate en la superficie de la historia, en la
operación elemental de la contienda de caudillos. Montalvo tiene madurez, es un
clásico de la lengua, pero ni su madurez ni su clasicidad son americanas ni
ecuatorianas, pues le rodeaba y era parte de una sociedad inmatura, que no
entendía sus valores verbales, algunos hasta en desuso ya. Admirable, de todas
maneras, y por sobre toda consideración, este hombre de fuerzas tan crecidas y
tan individuales que así pudo crear un mundo de continuidad castellana contra
el medio, contra la época y contra el idioma del pueblo. Desde la Independencia
hasta los días de Montalvo, el hecho literario es prácticamente el mismo:
adjetivo, en cuanto no funciona como afirmador de una realidad en proceso. La vida
pública del país se organizaba trabajosamente y la crueldad de los caudillos
bárbaros repetía en nuestra historia el estilo de vida español, acomodado ya a
la circunstancia americana, mientras la inspiración literaria buscaba
reparaciones, contra los horrores de la lucha civil y también contra lo
ibérico, en el romanticismo francés, sin posar oído ni mirada en el drama
histórico, mitad caos, mitad creadora militancia. Ni con Chateaubriand, ni con
Hugo, ni con Lamartine se podían, pues, fijar términos auténticos de
continuación literaria. ¿Adónde hallar entonces los antecedentes de nuestra
literatura contemporánea? No hay evidentemente un aprovisionamiento de
materiales en el tiempo, salvo en las primeras crónicas, que no se han
aprovechado, y en uno que otro ensayo frustrado de motivación, con falso
aparato lingüístico y sin penetración en la intimidad del ser, como en el caso
de Cumandá, de Juan León Mera. La gran literatura española poco tenía que ver
con nuestros valores de realidad. Hablar la misma lengua no es poseer la misma
cultura. Un idioma se hace constantemente 35 dentro de un signo social. Lo
decisivo para cualquier literatura es la fuente de que bebe energías y la
manera de transformarlas en la lucidez de las palabras. La aplicación de un
vocablo va ceñida a la idea que lo sustenta, y las ideas se elaboran junto al
misterio del destino humano, en un tiempo histórico y dentro de una sociedad
determinada, así de universal sea el pensamiento. La palabra, para serlo de
verdad, ha de madurar en los solares del alma y vitalizarse merced a una
catarsis purificadora, manejada por valores nacidos y existentes en la
tierra.
Mas
no se trata de negar sino de encontrar. Una sociedad y una literatura no
siempre se desarrollan parejas: sociedad en trance de lucha inicial por un
lado; literatura de estanque plácido, por otro. Ajena placidez que rechazaba
nuestro medio quebradizo, sin sustentación nacional, donde la tarea de bucear
verdades reclamaba una dimensión de muchos años. Sin validez homogénea, como
para que su presencia hubiese colmado la inspiración y la forma, la realidad
era más una fatigosa cacería de fragmentos que una convivencia humana
organizada. La literatura, que pudo haber indagado, a pesar de todo, en la
inquietante imperfección de los hechos, se mantuvo en solo forma,
artificialmente adjetiva, sin oposición de valores que le diera perennidad, sin
esa transfiguración de esencias que llena el idioma de alma y de justas
correspondencias con la vida. El fenómeno exterior de nuestra historia aún no se
nutría de la corriente subterránea que hacía trabajosamente del conglomerado
humano una nación mestiza. El nuevo hombre, producto clandestino de la mezcla,
lleno de resentimientos y trágicas ansias salvadoras, no se revelaba pujante ni
se acercaba, más que en momentos extraordinarios –el de Espejo, por ejemplo–,
36 al manejo de los destinos de la sociedad. La literatura no le conocía, como
tampoco conocía la tierra, de la que no sabía que era algo más que la entrega
inerte a la codicia, y cuyo sortilegio envolvía ya no solo al mestizo, al nuevo
ser que la poblaba, sino también al blanco puro, nacido en tierra de indios,
hasta el punto de que fue vencido por ella y sutilmente sintió el rechazo a la
misma raza de la que provenía. Mestizaje de sangre y mestizaje de espíritus.
Ambos, de consuno, conformando pacientemente la fisonomía nacional, a pesar de
la debilidad de los mitos, de las contradicciones geográficas, del descompás
histórico de regiones económicamente opuestas. Si de esta química de la historia,
incesantemente laboriosa, no subían claros sentimientos a la conciencia de los
hombres, ni la intuición era bastante para aprehenderlos, por ejemplo, en el
don profético de los poetas, ¿por qué extrañarse de que la literatura
permaneciera alejada del ritmo vital? Un escritor de presentimiento
excepcional, de refracción asombrosa, no vivió en ningún lado de América. Y aun
así, hubiera sido más fenómeno de individualidad que natural mandato de un
proceso de cultura. Solo que el diario acontecer reclamaba, por lo menos,
esfuerzos de interpretación legítima que no se hicieron. Cuando el mestizo es
algo más que peón, artesano, empleado subalterno o soldado, y alcanza sitios de
gobierno, cumplida la transformación liberal de 1895, después de cuatro décadas
de no interrumpida beligerancia, en las que el destino nacional venía obligando
su presencia, entonces la profundidad de la historia levanta su velo. Aún
vivimos, en nuestros días contemporáneos, de los valores extraídos por esa
transformación, acomodada, con la más aproximada exactitud, al estado de
desarrollo de la sociedad y a los deseos, antes inválidos, del hombre. En la
lucha, y también un poco en el gobierno, la fisonomía del país mestizo se
acercó así a la tipología del personaje actuante en la historia. Debía ser el
mismo personaje de la literatura. Y lo fue en una novela, A la Costa, de Luis
A. Martínez, donde juegan des- 37 tinos antes disimulados. En ella, paisaje y
hombre inician un diá- logo que, después de algunos años, se reanudaría en
otros libros. Nada, por cierto, llevaría a afirmar que la novela de Martínez es
de las mejores del género, ni siquiera por el estilo. En lo formal, su calidad
sobresaliente es la facilidad narrativa, que es arte primitivo. Ni la
conducción del relato ni el hábil movimiento de las situaciones de más riesgo
le afinan el instrumento, aún bronco por ser obra de descubrimiento y de
iniciación. Lo que tiene de perdurable este libro no es la forma, no el acabado
que resulta tosco y, a ratos, desabrido. Es el mensaje, la revelación, el
primer ensayo de descubrimiento, la tentativa de reconocer nuestro país y el
ser humano que lo habita. Ese hombre de la novela, aunque blanco, es un
mestizo. Y esa hembra, alumbrada de terrores, es la nuestra, aherrojada y
bravía, con ese constante y extraño sesgo de mirar sin darse. ¿Habría alcanzado
esta novela la misma hondura, de haberse construido con prosa clásica o pulida?
Evidentemente, ni las situaciones ni los personajes ni la plástica, liberado ya
de la tarjeta postal de circunstancias, hubieran soportado el peso de una
lengua, bien articulada, pero extraña y no creada por función de los motivos.
Una temática de su técnica, la forma que la envuelva y la saque de los
escondrijos de sus causas a la superficie estética, que es el gustar. Esto no
quiere decir que la novela de Martínez, y de aquí su imperfección, logró su
modo expresivo. Por el contrario, la construcción lingüística es débil. Pero no
hay que olvidar que su mérito literario fundamental es nada más que el ensayo
de identidades estéticas y filosóficas, responsables de un sentido de la vida y
que entraña todo idioma y toda expresión artística. El hecho estaba demasiado
cerca, la madurez de juicio a mucha distancia, y la inexperiencia no contaba
con normas en el pasado. Mas, ¿por qué no fue continuado el esfuerzo de
Martínez? ¿Por qué su mensaje no fue escuchado? ¿Por qué otros escritores no le
siguieron y mejoraron la instrumentación? En primer lugar, los principios
ideológicos de la revolución liberal se tambalearon 38 por largos años. Fue
época en la que el gobierno de ideas fracasó ante la montonera. Se administró
desde la montura, jineteando códigos con balas. La construcción nacional no se
realizó ni podía realizarse junto a la tremenda desigualdad económica, a la
ignorancia, y a la rivalidad en que vivían regiones, pueblos e
individualidades.
.
Las fuerzas del retardo quedaron intactas, aunque transitoriamente silenciadas
hasta que tomaron disfraces, como hoy, adecuados a la rutina del tiempo. El
temor y el desprecio al mestizo no desaparecieron. Poco a poco, la Alfareada se
redujo a retórica y a falsificación del sufragio, naturales consecuencias de
una proposición histórica incoercible. Si a esta falla de la vida pública
correspondía un estado cultural de oscuro, de incipiente nacimiento, si los
impulsos nativos permanecían en la matriz del tiempo ignorados, la literatura
también permaneció en el aire retórico, en el período ampuloso, sobrante y
fatuo. Pocos años más tarde, el subconsciente deseo de simular la derrota hizo
que los mejores espíritus, justamente rebelados contra la fría expresión
parnasiana, que acusaba una permanencia formal, estática y desintegrante, a la
par, se refugiasen en lo francés, en la recién llegada mercancía de
importación, propicia para el escondite, involuntario, lo sabemos, pero no
menos huida de la realidad que la papeleta electoral falsificada. Fue el
momento de los modernos. La atracción de las fuerzas del pasado, por escasa
caracterización del presente, y el manejo de los imponderables históricos
apenas en la superficie de las razones, produjeron el desengaño, ese despego
racional e inteligente de las cosas, cuando las cosas no tienen volumen ni
color bastantes para fijarse. Porque los valores de nuestra verdad, en trance
incipiente de formación aún hoy, no habían subido a la atmósfera de lo
cotidiano ni se reparaba, por lo mismo, en el misterio metafísico de nuestra
identidad. Una promoción de excepcionales inteligencias, que vivió
brillantemente dos décadas, provistas de buen gusto y mejor formación
literaria, encontró el camino de su expresión antiparnasiana en otra fuga, de
mejor calidad y 39 más ceñida forma: en el préstamo, sin inversión, a los
maestros franceses. No es que no supieron encontrar la tónica, la inspiración
de los motivos circundantes. Es que esos motivos, sumergidos en la corriente de
la vida, no tenían presencia para crear una inspiración literaria, en días en
los que ni siquiera habíase intentado la investigación del fenómeno nacional.
Se puede decir esto a la distancia necesaria, que nos aligera de parcialidad el
juicio y que no nos impide admirar a esos magníficos aficionados a la creación
estética, tan incautos en su evocación de luces y sombras lejanos, tan
enclaustrados en la neurastenia de imitación, que muchas acabaron con un tiro
en la cabeza, para asesinar al viejo Adán que se erguía de reproches no
percibidos. Por otra parte, Darío era el amo de todos los vehículos y por
entonces el carruaje era el camino. Rodó había ya sentenciado la renuncia a la
americanidad. Lo universal inteligible fue el sofisma estético de principios
del siglo, sin que se advirtiese que la universalidad de la cultura, sin raíces
ni módulos de encauzamiento, se esteriliza en la abstracción de lo humano, vale
decir, en el no conocer, en la no existencia. Por eso, el lenguaje de símbolos
no tuvo retorno al ritmo vital. Se adjudicaron exclusivistas continentes de
realidad para la expresión. La poesía, por mejor ejemplo de ese tiempo, debía
estar en una parte del mundo y no en otra, en una parte de la verdad, en una
parcela del espíritu y no en la totalidad del ser, sometido a la indefinición y
a la angustia de no encontrarse. Solo el acierto de la profecía pudo haber
colmado de entraña la palabra de los modernos.
Durante
más de veinte años, una sensibilidad adolescente alimentó a la clase culta y
semiculta del país, hasta que se llegó a la hartura. Era alimento sin raíces
nutricias ni en la tierra ni en 40 el tránsito de la sangre. Un estado de ánimo
al que se sometían paisaje, hombre y bestia, vale decir, descripción,
sublimación e instinto, fue entrañablemente calificado de subjetivismo. Carente
de real plasma organizador, sin haber intentado seriamente la inspección
interior, ese subjetivismo de apariencias no se sostenía en ligaduras
terrestres ni penetraba en las categorías del ser. Salvaba un poco a esta
literatura, no sus valores culturales, que no poseía, pero sí la forma, su
técnica pulcra, decoradora del malestar, del spleen de aristócrata, de
estudiante o de bohemio. Lo fundamental es que la frecuente evocación de lo
interior no aprehendido no se pudo activar en la transformación estética de las
intuiciones o prerrealidades que la literatura, en el pulso de tantear verdades
ocultas, suele presentir. La repetición de falsos paisajes de alma, la hartura
de sensibilidad enfermiza, ocasionaron primero indiferencia, después la
calificación peyorativa, a la que daba pábulo la ineficacia del escritor ante
los asuntos reales de la vida. Sin embargo, el desde- ño fue injusto, en gran
parte causado por la ignorancia de las mismas clases llamadas cultas, que no
entendían ni la conducta externa de los poetas ni la hombría del aislamiento
que era el drama de su derrota.
¿Qué
hacer, entonces, para hallarnos? Europa, Francia, especialmente, no enviaban ya
el mismo producto. Había terminado la primera guerra mundial. La naturaleza del
hombre estaba herida: una angustia lúcida, y por lúcida hasta sus últimas
consecuencias, estremecía al habitante del mundo. En nuestra latitud, un
paisaje de naufragio disminuyó visiones. La muerte rondó por los escritores de
esa generación, muerte física en unos, por silencio en otros.

EL ENSAYO EN LA LITERATURA ECUATORIANA
Que haya gente que confunda, y no
alejada totalmente de razón, el ensayo con otras formas de la expresión
literaria, se explica por la extensión y ductibilidad del género. Pero no se
explica, y mucho menos se justifica, que haya quienes pretendan llamar ensayo a
lo taciturno de un trabajo monográfico o den gratuitamente su jerarquía al
brevísimo artículo circunstancial; y no que este o aquel no sean útiles y a
veces necesarios, mas cada cosa debe quedar en su lugar, porque hay también
gacetilleros que se dicen ensayistas por solo escribir elogios o diatribas en
estilo rococó y abundantes de ramplona sabiduría de diccionario. Vale, pues,
elucidar previamente un poco la cuestión. De otro modo, nos pesaría llenar
páginas enteras con la bibliografía de lo mucho que en nuestro país pretende
ser ensayo y lo poco que realmente llega a serlo. Por otra parte, no debiera
importarnos la disputa de si el ensayo reúne o no condiciones de género
literario independiente, pero, como algunas voces autorizadas no lo han creído
así, conviene despejar en lo posible lo indeterminado de su definición, que es
un resultado de la libertad con que por fortuna el «ensayismo» invade diversos
dominios del conocimiento. 95 * Publicado en el segundo volumen de Trece Años
de Cultura Nacional: Ensayos, agosto 1944-1957 (Quito, Casa de la Cultura
Ecuatoriana, 1957). Se trata de un ensayo expresamente solicitado a su autor
para este volumen, pues en Trece Años de Cultura se trataba de establecer una
visión panorámica de la crítica y del ejercicio del género ensayístico
practicado por los escritores ecuatorianos hasta la primera mitad del siglo
veinte. Habría por lo pronto que acogerse a la prueba evidente: el ensayo
existe. Dicha esta perogrullada, y añadida la de que con ese nombre es conocido
desde hace un buen trozo de tiempo, ha de señalarse enfáticamente que sería
grave desacato atribuirle equivalencias de artículo crítico, de monografía, de
crónica o de tratado didáctico. Sobre todo porque la madurez y elevación de su
estilo lo hacen indispensable para el tratamiento de los conflictos de la vida
espiritual contemporánea y le dan esa maravillosa facultad de rebasar los
circunspectos límites de otras formas del ejercicio literario, artístico,
filosófico o científico. Véase el caso del pensamiento filosófico. Es opinión
admitida la de que los tratados de rigor sistemático sirven hoy solo para la
didáctica escolar y no para la creación: no gozan ya del viejo crédito que la
inocencia les otorgaba cuando teníase una seguridad invariable en los cuadros
de valores permanentes o cuando la ciencia no se aventuraba aún sino por los
campos que alcanzaba el ojo terrenal. El mundo físico y la materia como cosa
son hoy más problemas que tangibilidades, la historia humana es ya un cuento
que trasciende la pequeñez del globo y, en la época que nos toca vivir, las
conjeturas sobre el universo, la estética o la conducta han llegado a una
admirable libertad de movimientos, debido, en parte, posiblemente a que la
cultura se ha extendido y se extiende cada vez a mayor número de gentes, y, sin
duda alguna, a que las modernas especulaciones de la física teó- rica han
conmovido de raíz ese amable consuelo con que, por lo general, quería la
metafísica explicarnos los misterios de la vida o del espíritu. La misma lógica
duda hoy de su viejo formalismo axiomático y de que sus proposiciones se
deriven sin más del principio de contradicción o, lo que es igual, del de
identidad, y duda porque sus constantes no viven ya de la rígida deducción que
la geometría terrestre le prestaba. Ya no es la lógica, como alguna vez se
creyera, el exclusivo instrumento de la verdad, sino para aquél que «ha
supuesto que...», aunque conserva y ha perfeccionado la proporción escultórica
y etérea de las matemáticas 96 y de los absolutos, pero solo con probabilidades
de certidumbre, con aproximaciones estimativas de eso que tan relativamente se
suele llamar verdad o verdadero. Hoy se experimenta, más que se deduce, se
inventa incesantemente en persecución de autenticidades fugitivas y no con
aseveraciones previas tan semejantes a las de la revelación teológica cuando no
responden a la comprobación de la ley establecida. Inseguridad, se dirá. Pero
en ella vivimos esta época, y para curarla solo queda el recurso de no dejarse
vencer por el temor y de saber indagar con la poderosa esperanza moral que vive
en la idea de la libertad. No habrá por eso error en decir que grandes
pensadores modernos, como Unamuno, Ortega y Gasset, Santayana, Francisco Romero
o Bertrand Russell son, más que filósofos «a la antigua», de sistemas
concluyentes, ensayistas de la filosofía. Son como los problemas de nuestra época
quieren que sean. Por parecidas razones, otras preocupaciones de la
inteligencia –la literatura, el arte, la economía, la política, la sociología o
la historia– demandan también la forma creadora del ensayo, sin que por ello
quiera decirse que no se valgan del tratado científico o de la obra artística
pura cuando así lo exige la necesidad didáctica de la ciencia o la
circunstancia subjetiva del artista. Y bien, si los ortodoxos de la definición
limitadora y precisa de los géneros tuvieran la razón, un ensayo de tema
filosófico sería solo un estudio de determinada parcela de la filosofía, y
otro, por ejemplo, sobre literatura, no más que una apreciación crítica acerca
de tal o cual problema literario. No haría entonces ninguna falta el género
moderno por excelencia, el ensayo, cuya propia naturaleza le libra de límites
contables y lo dilata por diversos territorios de la cultura, aunque, como es
obvio, concentre su atención preferentemente en uno solo. Si así no fuera el
ensayo, no habría manera de aprovechar, con tan feliz resultado para el
conocimiento, la generosa flexibilidad que el juicio personal aporta a la
eficacia de una demostración. Sobre todo, no se tuviera, en estos «tiempos
revueltos», mejor 97 recurso para satisfacer, siquiera en parte, el ansia de
unidad que el hombre, conturbado por la multitud y la dispersión de los
problemas, experimenta como una necesidad primaria. Los temas de que trate un
ensayo pueden ser muchos; la coherencia, es obvio, una sola. ¿Y qué es hoy lo
que no es o debiera ser coherente, pese a la fragmentación que la febril
actividad moderna provoca? Dígase lo que se diga, el especialismo es útil para
la producción mecánica en serie, mas no, por suerte, para la distribución de
los bienes del espíritu, y mucho menos en una época como la nuestra tan
angustiosamente urgida de unidad frente a la catástrofe moral que la conmueve.
A esa necesidad que la cultura tiene de coherencia, responde, a no dudarlo, la
forma expresiva del ensayo. A la verdad, y por el camino de la sabia sencillez,
todos los problemas humanos se resumen en uno: el de ser hombre frente al
mundo; el de saber serlo. Para esta convicción humanística –en el sentido
eterno y fecundo del humanismo–, el vuelo personal y la libertad formal del
ensayo no tienen sucedáneos. Porque el Ensayo –escrito así, con letra capital,
pues, de hacerlo con letra menor podría suponerse en nuestro idioma apenas una
tentativa de principiante– sobrepasa y supera las restricciones pedagógicas del
tratado didáctico, la frialdad de la exposición científica, el aburrimiento del
análisis minucioso, la brevedad unilateral del artículo, lo desabrido y mohoso
de la erudición, los peligros de la confusión entre técnica y cultura, y, en
fin, los de cualquier enjuiciamiento que no se inspire en el aliento creador de
la totalidad humana. Aun juicios de apariencia contradictoria pueden ser
materia del ensayo, pero, eso sí, todos conducentes a la sugestión que
coordina, inquieta y mueve a procurar la validez de las soluciones. A este
respecto, tampoco debe olvidarse que el ensayo, además, y como forma
estilística especialmente, es un arte de sugerir, de orientar el pensamiento
por entre la espesura de la moderna sabiduría, claro que sin la precisión de la
didáctica, pero asimismo sin los riesgos que la ortodoxia de la demostra- 98
ción puede acarrear hasta el extremo de que el error aparezca artificiosamente
convertido en certeza. En casos así, lo sugerente es mejor que lo conclusivo.
El signo histórico de nuestro tiempo es la ansiedad porque se establezca algún
orden superior que remedie en algo la fatiga de los incesantes descubrimientos
de la técnica, compense de alguna manera el desequilibrio anímico producido por
una multitud acosadora de urgentes problemas contrarios y salve al hombre de la
derrota que se advierte en el embrutecedor monopolio de las relaciones
materiales. Orden superior, entiéndase bien, no de naturaleza teológica ni
política, sino de profunda convicción en las leyes de la intimidad humana y de
la humana libertad, un orden capaz de encontrar una conducta, un estilo de vida
que reivindique los privilegios del espíritu y consiga la unidad de lo
disperso. Nadie sabe en dónde ni cómo se hallará la solución de la angustia,
pues todavía nos encontramos, después de las dos grandes guerras mundiales, en
el período de la búsqueda y la agitación, pero, por lo menos, ha de saberse que
el único método apropiado de la meditación debe ser fluyente y activo como la
existencia de nuestros días, y, al mismo tiempo, ordenador inflexible del
empirismo alógico y fortuito que parece ser el sello de la vida moderna, tan
rica, por otra parte, en posibilidades nunca antes imaginadas. Si creemos que
nada en la vida tiene final ni es categórico, que las fronteras de la noción de
eternidad se han desplazado de la compleja organización individual a las
fuentes primarias del ser vivo y a lo cósmico, si todo parece no tener epílogo
de remate, por lo menos en las profundidades del deseo y hasta donde alcance la
audacia del pensamiento, hemos de creer también que los sistemas, con recetas
trascendentes para curarlo todo, hace mucho tiempo que perdieron la confianza
humana, desde que el hombre se enteró, primero con una sorpresa aterradora y
luego con alegría, de que el propósito de las causas finales no hacía otra cosa
que desviar y endurecer el corazón del hombre. 99 Traer el más allá al más acá,
es la arriesgada empresa a que se ha comprometido el espíritu de nuestra época.
Que pueda o no lograrlo, queda en la región de las preguntas que nunca se
satisfacen plenamente. Lo que vale es el denuedo y la decisión, esa maravillosa
condición humana insobornable de «trabajar aún para lo incierto». Y hacerlo con
fe, con la esperanza arrancada de la propia desesperación traída por el engaño,
para que la indagación en el misterio sea libre de los malentendidos del
fanatismo; los principios morales, entorpecidos por los codiciosos del poder,
reivindiquen su imperativo, si no categórico, armónicamente ajustado cuando
menos al deseo de justicia y al saludable apetito de la naturaleza, y la revisión
de los valores se haga, si debe hacerse, con la certidumbre de que el hombre
puede ser menos infeliz en la tierra de su cuerpo. Para empresa semejante,
impuesta por el drama contemporáneo, tal vez el ensayo sea el mejor instrumento
de interpretación y de iluminación, el hilo que necesita el laberinto de la
época. La animación de su estilo, presto a acomodarse a la circunstancia vital;
su calidad emocional y lírica; su categoría esté- tica de libertad; su poderosa
facultad de reflexión sin estorbos; todo conduce a creerlo así. Porque vivimos
años en los que, a trueque de fracasadas promesas metafísicas, teologales o
políticas, quédale al hombre la única alternativa de seguir intrépidamente
buscando la más certera posibilidad de su reconstrucción moral, de continuar
infatigablemente en pos del más fructuoso caso de lo probable, según pueda ir
obteniéndolo la eficacia de su inteligencia y la valentía de su corazón. Si no
es así la vida contemporánea, así debiera ser. Lo que se tiene dicho nos lleva
a otra proposición. Quede, antes, bien entendido que hacer ensayo es filosofar,
en el sentido de pensar, de buscar sabiduría y conocimiento, cualquiera que sea
el tema de la meditación. Pero, como género literario, si así lo tomamos, y es
como el autor de estas notas lo prefiere, se distingue, entre otras cosas, por
el esfuerzo personal de inter- 100 pretación, por la manera individual de
sopesar asuntos, manejándolos con un lenguaje poético capaz de convertir la
enseñanza en placer. Pues todo lo que se aleja del rigor didáctico y es
expresado con las palabras que entienden los hombres, es siempre poético. De
todos modos, el ensayo es una revelación esté- tica que transforma en belleza
casi plástica la aridez de los problemas. Y no hay que olvidar que la penetración
estética en lo desconocido es el medio más seguro de descubrimiento. Para ello,
su método ha de ser menos objetivo que subjetivo. Hasta el valor etimológico de
la palabra autorizaría a confirmar la potencia de creación individual que se
advierte en el ensayo, si es que, para esta coyuntura, hiciera alguna falta la
etimología. Con efecto, exagium –estimación, valor, tasa– viene de ex-agere,
que da la idea de esfuerzo y actividad personales, de obrar, de impulsar, de
tratar. Sin que sea necesario hacer mucha violencia sobre el significado,
empeño personal de sopesar y estimar algo en un tratado. Y esto vale decir
crear, pero adviértase que la sola crítica no siempre es creadora. Lo es cuando
se eleva al ensayismo. En la condición personal o subjetiva del género va su
hermoso estilo de confesión. Confesarse es procurar enfrentarse con sinceridad
a la circunstancia objetiva. Y en la flexibilidad que emplea, su apetito y
potencia de abarcarlo todo, que es otra de las razones para que se lo confunda
con distintos medios escritos de la expresión y se quiera tomar rábano por
hojas, al afirmarse que si un ensayo trata, por caso, de literatura, no es
ensayo sino crítica literaria. Y no es así. Ya sabemos que no siempre un solo
tema es objeto del ensayo, y que, cuando lo es, la comunión con otros lo
refuerza y lo profundiza. Muchas veces es tanta la libertad de acción del
ensayo, que se toma la de andarse sin reparos por varios problemas a un tiempo,
para comprender mejor el que ha preferido ponderar, sopesar. Habría, entonces,
que volver al derecho la afirmación enemiga y decir: cuando la crítica se toma
esa libertad, ya no es crítica sino ensayo. 101 Precisamente, por esa libre y
fecunda disposición de transitar varios caminos sin perderse, es el ensayo un
género de preferencia apto para buscar la unidad en lo disperso, elevada e
imperiosa necesidad que el sentido universal y apurado de las actuales formas
de vida impone al pensamiento. Acaso sea esta la más admirable de las virtudes
del género, dentro de la corriente tumultuosa de la impaciencia humana y del
ritmo de la veloz y proteica condición problemática de la vida contemporánea.
No quedarán, por lo menos, dudas de que el ensayo, por la agilidad de su estilo
y gracias al personal fervor del ensayista por comprender la totalidad de las
preocupaciones humanas, tiene la preeminencia en el impulso in extenso de la
cultura moderna. El ensayo, hasta cierto punto, es una forma de expresión de
muy antiguo conocida y ejercitada. Sin que haga falta buscar sus orígenes en épocas
anteriores a la antigüedad clásica, no sería muy aventurado creer, por ejemplo,
que el poeta Platón, tan enemigo de los poetas como desvergonzadamente
partidario del totalitarismo de Estado, se valió de modos, aunque
rudimentarios, parecidos al estilo ensayístico. Y que Séneca, Plutarco,
Cicerón, fueron ensayistas. Hasta el déspota Julio César, por consolar tal vez
su genio de la crueldad, hizo ensayo de la crónica histórica en los Comentarios
a la Guerra de las Galias. Pero no hace falta acudir con más nombres al tedioso
y común recurso de las citas. Lo mismo pasó con la novela. La vieja epopeya no
deja de serlo, aunque su técnica –así también con el ensayo– haya sido muy
otra, adecuada a la época, y desde luego muy inferior a la moderna. Numerosas obras
antiguas de ficción son novelas, pero no en el sentido y magnitud de las de
hoy. Ambos géneros, novela y ensayo, llegan a la madurez siglos más tarde,
cuando ya había transcurrido el tiempo necesario para que se formase un nuevo
pensamiento y se adoptase una nueva actitud ante la vida, después de que el
impulso de una razón vital y una razón histórica movieron al hombre por las
audacias de los grandes descubrimientos, así de espacios geográficos como de
maravillosas geografías del espíritu. 102 El ensayo, por eso, empieza a ser
plenamente lo que es hoy durante el Renacimiento. Pruebas al canto: Maquiavelo
y Erasmo. Y luego, en las puertas de la modernidad, los dos maestros
inolvidables, Montaigne y Bacon. En Montaigne, demoledor magnífico de la
vanidad dogmática, se goza del encanto de la confesión personal y de la emoción
subjetiva que posee el ensayo; en Bacon se aprende la severa austeridad crítica
del género y su buen sentido pragmático. Pero adviértase que la novela y el
ensayo son los dos géneros representativos y substanciales de nuestra época. ¿Y
cuál la razón? Ha de ser la de que ambos han logrado, más que ninguno otro –en
arte o en tarea filosófica– la maestría técnica, el aliento y el vuelo
adecuados para resumir, agitar y penetrar en la terrible necesidad de síntesis
que el ser humano padece en estos días de lucha a muerte entre la máquina y el
espíritu, entre el despotismo y la libertad. Ya en el XIX, no se alcanza a
nombrar a los grandes novelistas y ensayistas. Es el siglo, dicho sea de paso,
pero con oportunidad, del que todavía vivimos, no obstante haber sido
calificado de estú- pido por un ilustre reaccionario enfurecido. Y bien,
recordemos, un poco al azar, ensayistas como Macaulay, Carlyle, Emerson, Ramón
y Cajal, Ángel Ganivet, Azorín, Unamuno, Eugenio d’Ors, Benedetto Croce –que no
creía en el ensayo como género y no hizo otra cosa en su vida–, Renán, Bergson,
o Federico Amiel, unos en las postrimerías de la pasada centuria, otros en el
radiante y promisor amanecer de la actual. En lo que hace a España, es la
generación del 98 la que, con el gran ensayo como herramienta, salva a la
península de esa anorexia casi senil en que, a causa del oscurantismo, había
caído la inteligencia, y en la que hoy ha vuelto a precipitarse por obra del
militarismo eclesiástico del falangismo. En América Latina, por fortuna, la
inspiración renovadora que trajo el género ensayístico a finales del XIX ha
continuado con mejor y más afinado procedimiento para la interpretación y
rehabilitación de nuestra realidad. Pero esto será visto después. 103 Por
ahora, una advertencia, si no necesaria, tampoco sobrante: no se ha pretendido
decir que, en los últimos cien años, el ensayo haya adquirido, al par que su
madurez de estilo, su pureza como género. La novela, sin serlo completamente
hoy, por causa de su perspicaz comprensión de los más diversos problemas
humanos, puede, empero, llamarse un género puro. El ensayo, no. Y es mejor que
no lo sea, pues en no serlo radica su mayor validez, su aptitud de extenderse
por todos los dominios del sentimiento y la sabiduría. Y vayamos a lo nuestro.
Conocido es el desdeño con que algunos observadores tradicionales miraron la
formación del pensamiento latinoamericano en los albores del siglo XX, porque
por estos sitios no había filósofos. Sin embargo, es evidente que América
Latina tiene en formación –formado ya– un pensamiento homogéneo, una manera de
apreciar la vida y de vivirla, un estilo de la existencia. No importa que haya
tiranuelos y déspotas en algunos de nuestros países; no interesa volver a la
cándida apreciación de nuestra afortunadamente ya solo parcial barbarie
política. La verdad es que, desde los días de Bolívar a los nuestros, el
espíritu latinoamericano ha dado al mundo un generoso aporte, no solo para la
elaboración de un nuevo y más justo derecho público, sino para la certidumbre
de que la libertad es el más preciado y constante de los bienes humanos. Que
nuestra conducta de mestizos apurados por llegar a la integración de nuestra
cultura en lo universal nos haya hecho vivir con frecuencia en el sobresalto de
la contradicción y en la negación de nuestro propio espíritu, no es otra cosa
que el síntoma de la lucha, la revelación del esfuerzo que hacen nuestros
países por conocerse a sí mismos y crear, en lo posible, la historia futura en
una faena común que bien pudieran imitar antiguos y civilizados pueblos de
Europa, desangrados por la desunión, la dictadura y la deformación ideológica.
Si la comparación entre lo mal hecho y lo bien hecho, entre la perfidia
política 104 y la organización democrática alcanzada, fuere desfavorable a
América Latina, entonces habría razón para creer que vivimos de ficciones. Pero
la realidad de verdad, la constante íntima del mundo americano es, sin duda,
tonificante y aleccionadora. Queríamos decir que habíase desdeñado a América
Latina por su pobreza de pensamiento filosófico original. No es nuestro
continente –heterodoxo por naturaleza– una tierra en la que florecieron
filósofos. Acaso, precisamente porque empezó a vivir con plenitud sus propias
realidades, salvadas ya de la imitación plebeya, cuando los sistemas
metafísicos perdían su vigencia. Eso mismo explica que los pensadores
latinoamericanos hicieran lo suyo con el magnífico instrumento del ensayo,
género ya en madurez de forma y de profundidad en los días en que nuestra
América alcanzaba la voz adulta para expresarse. Que no se nos diga entonces
que somos pueblos incultos porque no tenemos filósofos. En el sentido clásico
del concepto, gracias sean dadas de que no los tengamos. En el otro, en el que
vale como esfuerzo vital y dinámico por comprendernos y comprender a los demás,
sí que contamos con ilustres pensadores, que son ensayistas. No olvidemos que
el ensayo, por su fuerza expresiva, su libertad formal y su dúctil manera de resumir
y unificar, es apto especialmente para la revisión, para el descubrimiento.
Nada hacía más falta a América que revisar su vida, que hacer el inventario de
lo que le dejó el polvo de la retó- rica de imitación y encontrar en la
interpretación de los misterios de su ancho universo las posibilidades de su
porvenir. Seguramente por eso es que el ensayo latinoamericano es más
interpretativo que especulativo, pues las sutilezas de la perfección cultural
europea apenas si nos ha tocado a la ligera. Sea como sea, el ensayo se ha
convertido en una forma típicamente americana de investigación. Por el ensayo,
la inteligencia latinoamericana ha podido comunicar los criterios que la
inspiran, darles solidez y hacerlo con elevada emoción estética o con
penetrante profundidad de 105 pensamiento. Son ejemplos de ello, durante la
segunda mitad del XIX, Sarmiento, Martí y nuestro Montalvo. En acercándonos a
nuestros días, los ensayistas-pensadores forman una legión admirable en
América: Rodó, Euclides da Cunha, Zum Felde, Vasconcelos, José Carlos
Mariátegui, Alfonso Reyes, Eugenio María de Hostos, Alcides Arguedas, Gilberto
Freyre, Francisco García Calderón, Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña, Sanín
Cano, Medardo Vitier, Jesús Silva Herzog, Daniel Cosío Villegas, Mariano Picón
Salas, Haya de la Torre, Luis Valcárcel, Manuel González Prada, Benjamín
Subercaseaux, Jorge Mañach, José Luis Romero, Ezequiel Martínez Estrada, Luis
Alberto Sánchez, Rómulo Betancourt, Leopoldo Zea... Si hacemos la indispensable
excepción de Juan Montalvo, maestro y creador del género en el Ecuador, no ha
sido nuestro país pródigo en ensayistas. No sabría el autor decir exactamente
por qué. Tal vez porque la especulación de las ideas no ha marchado parejamente
con la forma literaria, con el buen escribir, pues el ensayista, según nuestro
juicio, ha de ser fundamentalmente escritor y el ensayo una categoría estética.
Los que saben alemán dicen que Kant escribía horriblemente mal, pero nadie se
atrevería a poner en tela de juicio su genio de filósofo. En cambio, Bergson,
siendo tan filósofo como el germano, fue un extraordinario estilista, y bien
puede considerársele entre los cultivadores del gran ensayo. Aquí tampoco hemos
tenido filó- sofos, y no es esto lo que quería yo decir, pero el ejemplo pudiera
aplicarse a tratadistas de derecho, a historiadores, a investigadores de la
sociología o a eruditos como Remigio Crespo Toral, aunque este autor, sin
embargo, puede ser considerado dentro de la tendencia ensayística. Mas,
inmediatamente antes de los últimos trece años1 , que es el período que con
precisión me toca señalar, es decir, desde que, por suerte para la cultura de
mi país 106 1. Recuérdese que este ensayo era parte del libro que se publicaba
para celebrar los trece años de fundación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana,
en agosto de 1944. y para su reputación reivindicada de la mediocre cursilería
–hasta en lo cursi se puede no ser muy mediocre–, se organizó la Casa de la
Cultura Ecuatoriana, pues decía que antes de estos años quien es en verdad el
ensayista completo, de hondura crí- tica y perfección estilística, es Gonzalo
Zaldumbide, hace tiempo desafortunadamente silencioso. Y tal vez, por esos
días, pueda recordarse a Alfredo Espinosa Tamayo, en lo breve, pero
extraordinariamente acertado de sus grandes atisbos de ensayos educacionales y
sociológicos. No solamente es que nuestro país no ha sido pródigo en
ensayistas, como decía hace un momento. Tampoco, para ser veraces, lo es ahora.
Por lo menos, hay pocos escritores que hacen ensayo. Y aunque hubiera muchos,
no ha de convertirse este artículo en catálogo de nombres, ni ha de
condescender en la ubicación inexacta y contradictoria con todo lo que antes se
dijo que el ensayo era y exigía. Hemos de recordar, pues, solamente algunos
autores, siquiera como indicación de lo que en nuestros días se viene logrando
en el género. Como crítico literario, de bella prosa elevada a indagación
ensayística y como sagaz y penetrante explorador de nuestra intimidad
americana, Benjamín Carrión es, sin duda, el escritor mayor. Lo atestiguan,
entre otros, estos libros: Los creadores de la Nueva América y Mapa de América,
modelos intachables de pensar en grande y generosamente sobre nuestro destino
de pueblos nuevos, recién incorporados al pensamiento universal, sin las
limitaciones de la mezquindad patriotera ni la cicatería envidiosa de los
balbuenas. La biografía de Atahuallpa es, al mismo tiempo, el más hermoso y
bien realizado ensayo que se haya hecho en el país sobre los orígenes de
nuestra vida, un libro que, por cuya concepción, belleza de forma y valentía de
verdad, ha ganado el valor perdurable. El nuevo relato ecuatoriano es la
indagación más completa, hasta la fecha de su publicación, de la literatura
narrativa del Ecuador contemporáneo. Y su San Miguel de 107 Unamuno y Santa
Gabriela Mistral, dos magníficas profesiones de fe lírica y, por lo mismo,
profundas en los valores del espíritu libre y en los de nuestra raza. Los
numerosos artículos críticos con valor de ensayo que Benjamín Carrión tiene
publicados en revistas, obviamente no pueden ser mencionados aquí2 . Otro
escritor hecho para el ensayo y en el ensayo es Raúl Andrade, cuyo estilo
alcanzó rápidamente la maestría en libros como Gobelinos de niebla, El perfil
de la quimera o La Internacional Negra en Colombia, y en crónicas que aún no
tiene reunidas en volumen3 . Sagacidad, perfección de forma, certeza en el
señalamiento crítico, valentía en la definición, se encuentran en esas obras de
Andrade, principalmente dedicadas a evocaciones literarias y a la elucidación
política. José de la Cuadra, nuestro mejor relatista, prematuramente fallecido,
solo escribió un libro de ensayo: El montuvio ecuatoriano, investigación
severísima de un problema humano que era el de sus preocupaciones, cuando nos
contaba sus hermosos cuentos o novelas cortas sobre el habitante del litoral, y
prueba evidente de todo lo que, en el género, pudo haber hecho De la Cuadra de
haberle sido la vida menos breve4 . En el análisis profundo y exhaustivo de la
realidad de nuestro país, nadie ha llegado a tanta autoridad como el maestro
Pío Jaramillo Alvarado. Nadie ha estudiado, por ejemplo, la realidad 108 2.
Atahuallpa es de 1934; Los creadores de la Nueva América de 1928 y Mapa de
América de 1930. La serie de «Los Santos del Espíritu» Santa Gabriela Mistral y
San Miguel de Unamuno aparecieron en 1954 y 1956, respectivamente. Véase una
revisión más detallada de los ensayos y artículos críticos de Carrión en
Narrativa Latinoamérica (Quito, Centro Cultural Benjamín Carrión, 2006) y
asimismo el Anuario Re/Incidencias n. 3, 2005, dedicado a su memoria, y editado
también por el Centro Benjamín Carrión del Municipio Metropolitano de Quito. 3.
La obra ensayística de Raúl Andrade (1905-1983) se encuentra en Cocktails
(1937), Gobelinos de niebla (1943), El perfil de la quimera (1951), La
internacional negra en Colombia (1954), Crónicas de otros lunes (1980), Barcos
de papel (1981), Claraboya (1990), Viñetas del mentidero (1993). En el 2009, el
Centro Cultural Benjamín Carrión publicó el Anuario Re/Incidencias n. 5, v. 3,
dedicado a su memoria. 4. José de la Cuadra (1903-1941). En 1937 se publicó la
primera edición de El montuvio ecuatoriano en Buenos Aires, Ediciones Imán.
indígena como él en su ya clásico libro El indio ecuatoriano; nadie ha dicho cosas
más veraces sobre problema de tanta magnitud. En La Presidencia de Quito –y
también en La Nación Quiteña–, Jaramillo Alvarado ofrece la más completa y
meditada apreciación de los orígenes y formación de lo que hoy es el Ecuador. Y
en Tierras de Oriente, una desapasionada y auténtica versión de aquella zona
desconocida y misteriosa5 . Otros de los escritores de primera línea en el
ensayo, especialmente dotado por la seriedad de la investigación y la elevación
del estilo, es Leopoldo Benites. Es autor de dos libros de indispensable
lectura al que quiera conocer la aventura amazó- nica y el proceso histórico de
la formación nacional ecuatoriana, así como sus más urgentes problemas: Los
Argonautas de la Selva y Ecuador: Drama y Paradoja. El primero se acerca más a
la literatura de leyenda y de exaltación lírica. El segundo, a la ense- ñanza
de lo que es el país y al consejo de lo que debe hacerse para resolver sus
contradicciones y necesidades6 . Isaac J. Barrera es más historiador que
ensayista. Sin embargo, su Historia de la Literatura Ecuatoriana en cuatro
volúmenes tiene mucho del género. Y lo domina, por ejemplo, en libros como
Rocafuerte, Quito Colonial o en su reciente De Nuestra América 7 . El novelista
Ángel Felicísimo Rojas ha escrito, como De la Cuadra, un solo libro de ensayo,
un ensayo cabal, de forma ajustada y ágil y de juicio extraordinariamente
sobrio: La novela ecuatoriana8 . Sin extensión de volumen, y como prólogo a La
Isla 109 5. El ensayo sociológico e histórico de Pío Jaramillo Alvarado (1884-1968)
incluye, entre otros, El indio ecuatoriano (1922), La Presidencia de Quito
(1938), La Nación Quiteña (1947) y Estudios históricos (1960). 6. La primera
edición de Ecuador: Drama y Paradoja es de 1950 (México, Fondo de Cultura
Económica). Considerado por la crítica como el primer ensayo sociológico
moderno del Ecuador. 7. Isaac J. Barrera (1884-1970) publicó reunidos, en
cuatro volúmenes, su Historia de la literatura ecuatoriana (1960). Además, se
destacan Literatura ecuatoriana. Apuntaciones histó- ricas (1939) y De Nuestra
América: hombres y cosas de la República del Ecuador (1956). 8. La novela
ecuatoriana, de Ángel F. Rojas, publicada en México, Fondo de Cultura
Económica, en 1948. Virgen, de Demetrio Aguilera Malta, publicó también en
opúsculo unas acertadas «Consideraciones sobre el significado de la novela»,
que merecen pertenecer al género. Nuestro gran poeta, Jorge Carrera Andrade, es
autor de dos excelentes ensayos: Rostros y climas y La tierra siempre verde9 .
Y otros dos poetas ecuatorianos, Alejandro Carrión y Jorge Enrique Adoum, de
inteligencia y estilo especialmente aptos para el ensayo, han publicado hasta
hoy, el primero, Los compa- ñeros de Don Quijote, varios estudios críticos
fundamentales acerca de la poesía colonial quiteña y numerosos artículos de
forma ensayística, ya en el enjuiciamiento literario, ya en la polémica
política; y de Adoum, acaba de aparecer, después de algunos años de su breve y
hermosa Antología del Río Guayas, un magní- fico libro de análisis de la Poesía
del siglo XX10. En evocaciones de carácter histórico, y con innegables
condiciones de ensayistas, han destacado Alfonso Rumazo González, con dos
libros de mérito singular, Manuelita Sáenz, la Libertadora del Libertador y una
biografía de Simón Bolívar11; Francisco Guarderas, con sus Mis Épocas y El
Viejo de Montecristi, vida de Eloy Alfaro12; y Enrique Garcés, en varios
trabajos, y especialmente en su relato sobre la existencia del héroe indio
Rumiñahui 13. 110 9. Del poeta Carrera Andrade (1902-1978) habría que destacar
de su amplia obra ensayística Rostros y climas (1948), La tierra siempre verde
(1955), Galería de místicos e insurgentes (1959), Interpretaciones
hispanoamericanas (1967) y Reflexiones sobre la poesía hispanoamericana (1987).
10. Pareja se refiere a los ensayos que Adoum escribiera sobre Eliot, Rilke, M.
Hernández y Ritzos, entre otros. 11. Se deben destacar también los ensayos,
biografías y estudios de Alfonso Rumazo (1903-2002) sobre Simón Rodríguez y
Francisco de Miranda, publicadas en Venezuela. 12. Francisco Guarderas
(1889-1967). Diplomático y escritor ecuatoriano. Canciller de la República en
el gobierno de Carlos Arroyo del Río. Autor de Mis épocas (1945), Horizontes
(1949) y El viejo de Montecristi (1953). 13. Enrique Garcés, médico y escritor.
Autor de las biografías Eugenio Espejo, médico y duende, Marieta de
Veintemilla, Rumiñahui, Daquilema Rex. Dos notables críticos del arte colonial
quiteño, José Gabriel Navarro y el P. José María Vargas, han realizado su obra
con orientaciones al ensayo14; y, aunque tiene más de erudito que de ensayista,
hay que recordar los estudios humanísticos del P. Aurelio Espinosa Pólit15.
Pero son muchos más los que se hallan en constante tarea creadora; ensayistas
de tanta calidad como Augusto Arias, Fernando Chaves o César Andrade y Cordero.
De otros, cuya inclinación a investigar con seriedad problemas nacionales y a
dar a sus estudios críticos categoría ensayística, me vienen a la memoria los
que mejor conozco: Alfredo Pérez Guerrero, Luis Bossano, Eduardo Salazar Gómez,
Gabriel García Cevallos, Darío Guevara, Luis Monsalve Pozo, Gonzalo Rubio Orbe
o Víctor Gabriel Garcés, los tres últimos dedicados especialmente a cuestiones
indígenas. En lo que la mujer ecuatoriana ha aportado al género de la
crónica-ensayo, vale el nombre de Piedad Larrea Borja16. Y con esto, hago
gracia al lector de no seguir dando nombres. Seguro estoy de que he olvidado
algunos, acaso con más o mejor obra de la de uno que otro de los señalados. Las
citas no tienen importancia: valen solo como ejemplos y responden, desde luego,
al conocimiento personal de mis lecturas, que no pretenden haberlo conocido
todo. Sin embargo, creo sinceramente que mayor debiera ser la producción
nacional en este género. Y, aunque como excusa valiera invocarse que estamos al
comienzo de una nueva edad cultural, gracias a las oportunidades editoriales
que, desde hace trece años, ofrece la Casa de la Cultura Ecuatoriana, tampoco
debe simularse el daño que hace la hojarasca ni olvidarse que no todo lo que
suele llamarse ensayo corresponde a tan exigente forma de la expresión.
Cualquier injustificada benevolencia equivaldría a disminuir la jerarquía de un
género de elevadísima dignidad intelectual, cada vez más necesario para
comprender nuestra realidad y evaluar nuestra historia, no precisamente ni solo
la que escarba cosas en el pasado, sino la que tenemos que construir para el
futuro dentro de la gran comunidad de nuestro continente mestizo.
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